La tarea de escribir, de deambular, de merodear y de permanecer entre palabras que buscamos y nos buscan es una extraordinaria manera de amar la lectura. Así como hay textos que sencillamente despiertan nuestro interés de escribir, escribir es un modo extraordinario de alentar la curiosidad, incluso la necesidad de leer. También a mano, desde la infancia, en los primeros titubeos de relación con las palabras, con la palabra, en la primera juventud, ha de estimularse la escritura, este modo de ser lector de un libro aún no escrito. Quizá en eso consista un escritor, en ser ese inaugural lector. Como leer es asimismo reescribir, esto es, ser el más reciente autor.
Semejante ejercicio físico, tan del espíritu, tamaña disciplina, tan libre y creativa, la disposición del cuerpo y del ánimo y el vérselas con uno mismo y nuestra voluntad de decir son una verdadera escuela, la de un vivir no apegado simplemente a lo que ya sucede. Escribir es un acto liberador. A la par conlleva un esfuerzo exigente, que requiere cuidado, atención pormenorizada, sensibilidad e inteligencia. Por ello, en general nos supera y nos desborda. Y por eso supone sentirse y reconocerse en cierto modo desplazado por la maravilla de un quehacer que es más que nuestra intervención. Escribir es hacer la experiencia de hasta qué punto no sabemos hacerlo. Y ello es decisivo para la sencillez de un permanente aprender. De ahí la admiración profunda y el estímulo que suponen ciertos textos, muy singularmente los de aquellos que son en verdad escritores, cuya vida es un modo de oficiar su extraordinario don, eso sí, labrado minuciosamente en cada línea, en cada palabra, en cada ocasión.
Quizá, la práctica diaria, siquiera breve, de esta acción, que es asimismo una acción de pensamiento, nos ofrezca desafíos y alternativas a la mera ocupación en asuntos que no siempre propician nuestra recreación. Y tal vez, incluso tomar unas notas de lo leído sea una forma de releerlo y de iniciar así otra inesperada escritura. Y de procurarnos emociones y de abrirnos perspectivas que no fructifican sino en este gesto de transformación, concreto e impecable, que es escribir.
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